Este confinamiento obligado al que estamos sometidos tiene algunas ventajas: pocas veces habíamos tenido oportunidad de acceder a tanta intensidad de información, artículos, documentos o reflexiones a las que hincar el diente. Uno de los conceptos que personalmente más me ha llamado la atención es el de “sesgo de normalidad”. Ante una situación crítica o un desastre que se prolonga en el tiempo, el ser humano reacciona orientando su comportamiento hacia la vuelta a la normalidad, con la esperanza de que todo vuelva a ser como antes… Los psicólogos del comportamiento nos dicen que esto es “un engaño de la mente”, que cualquier situación crítica conllevará inevitablemente cambios y que la nueva normalidad será inevitablemente diferente, tendrá nuevas opciones y nuevas situaciones a las que adaptarse. Es ley de vida.
¿Qué estamos aprendiendo ya de esta crisis?, ¿qué podemos ir anticipando?. Hacer de adivino del futuro lleva a veces a la melancolía, pero sí podemos atisbar ya varios retos a los que nos vamos a tener que enfrentar y que van a hacer el futuro de las personas con síndrome de Down y nuestro futuro diferente. Por ejemplo estos tres…
Primer Reto: estamos viviendo un enorme experimento pedagógico. Las circunstancias han obligado al sistema educativo a lanzarse a la educación telemática (no presencial). Aparte del drama de que hay personas que están quedando fuera (por falta de medios, dinero, formación o competencia digital), nos enfrentamos a una situación nueva: ¿cómo están profesores y educadores adaptando la educación digital a las personas con discapacidad?. Es una pregunta sin respuesta clara todavía, pero en medio de los tímidos avances hacia la inclusión educativa nos ha surgido una nueva frontera a la que los pedagogos tendrán que responder pronto, ante el riesgo de que de nuevo tengamos otra generación de alumnos con discapacidad intelectual excluida de la educación de calidad y apartada de facto -otra vez- de la normalidad educativa. Gran reto.
Segundo Reto: una crisis sanitaria global conlleva respuestas excepcionales, de urgencia y mecanismos inevitables de improvisación y adaptación. En general estamos viendo modélicas respuestas y podemos sentirnos bien orgullosos de la actuación mayoritaria colectiva que están dando grandes profesionales, empresas, organizaciones sociales y ciudadanos en general. Sin embargo, también esta crisis ha hecho aflorar los prejuicios sobre las personas con discapacidad que solemos llevar fuertemente incrustados en nuestras mentes: ha habido reacciones excesivas reclamando privilegios, excepciones o singularidades hacia el colectivo de las personas con discapacidad, basándose más en su condición de persona con discapacidad y no en su situación de vulnerabilidad (más allá de la discapacidad). Hemos vivido esto en las reivindicaciones de los paseos terapéuticos, en las opiniones rápidas sobre su mayor debilidad ante la enfermedad, en su separación de sus puestos de trabajo,… Cuando reivindicamos y creemos en la Igualdad de Oportunidades, en la plena participación, en que la sociedad tenga un comportamiento incluyente hacia las personas con síndrome de Down, también estamos pidiendo que las personas con síndrome de Down sean ciudadanos de pleno derecho… con los mismos Derechos y Obligaciones que el resto de los ciudadanía (ni más, ni menos) y que sólo la realidad objetiva de su situación sea la que justifique un apoyo excepcional, diferente o privilegiado. Esto quiere decir plena integración, y pedir lo contrario es defender la singularidad porque, en el fondo, les vemos y pensamos como “seres humanos diferentes). ¡Ojo ahí!.
Y tercer reto: esta epidemia nos ha arrancado de esa creencia de control de nuestras vidas (que los recursos públicos, la ciencia y la tecnología se bastarían para hacer al ser humano invencible ante cualquier situación). Experimentamos una cura de humildad que nos enseña que hay que estar mejor preparados, que hay que prever y valorar mejor a las profesiones y a la competencia de los que nos representan para que nos den respuestas ante una crisis como esta. Que en la historia de la humanidad una cierta inseguridad ha sido lo habitual y no el oasis posmoderno de tranquilidad en el que creíamos vivir. Tendremos que esforzarnos en “Estar Preparados”. Y en el caso del empleo para las personas con síndrome de Down vienen épocas de nuevos esfuerzos y aprendizajes (hábitos de prevención y seguridad, hábitos nuevos de procedimiento, higiene y distancia social,…) que tendremos que incorporar a nuestros hijos e hijas, hasta conseguir que sean parte de su comportamiento. No será fácil insistir pero es lo que hay que hacer, ya que queremos que la nueva normalidad se cree consiguiendo que la gran parte de las personas con síndrome de Down sean ciudadanos laboralmente activos y que tengan un trabajo ordinario. No queremos caridad para nuestras hijas e hijos, hermanos y hermanas. Queremos que sean uno más en nuestra sociedad, también en el empleo.
El 16 de junio de 1858, Abraham Lincoln pronunció un impactante y breve discurso que tituló: “una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse”. Hoy tenemos una oportunidad de seguir construyendo nuestra casa común, nuestra sociedad compartida. Lo podremos hacer con esfuerzo, sacrificio, voluntad de cambio y esperanza sin temor a lo que viene por delante… en otras épocas otros lo hicieron y hoy nos toca a nosotros enfrentar estos retos. Seguro que lo conseguiremos.